Ni tiro ni meto branca, tal como se i-veye en: http://www.elmasino.com/cazarabet/esi/45/
Veremundo Méndez y Enrique Arnabat, secretarios de Echo
Esteban C. Gómez y Manuel Benito
Fuente: Diario del AltoAragón
Decía Quintiliano que la ambición es un vicio que puede engendrar la virtud. Algo de esto debió de ocurrir en el magín de Veremundo Méndez Coarasa, el poeta cheso, que escribió magníficos versos en un dialecto singular y musical. Inteligente, supo navegar por las aguas de la política guardando la ropa siempre en la orilla derecha, la más bizarra y por tanto, más segura.
Nació en Echo -1897- donde transcurrió su periplo vital, su poesía refleja algunos sucesos acaecidos en la villa, incluso los de índole republicana, suprimidos en la recopilación de su obra por Tomás Buesa Oliver. Allí se cita el pronunciamiento de 1848, la huida de Nicolás Ferrer el médico de Ayerbe y el auxilio prestado también por los chesos a los sargentos republicanos de Villacampa en 1886. Todo esto para homenajear al ministro lerrouxista Marraco que procedía del valle.
Méndez estudió magisterio en Huesca en unos tiempos en que la Escuela Normal bullía de ideales izquierdistas. Con 18 años obtiene el título de maestro y consigue ejercer en la escuela de su pueblo, era un tiempo en que estos profesionales carecían totalmente de consideración social. Por lo que buscó suplementar su exiguo sueldo en el Ayuntamiento como auxiliar administrativo. En 1920 alcanza el puesto de Primer Oficial, debiendo actuar como Secretario por los cambios políticos y la lejanía del Valle, que provocaban vacantes y vacíos en el puesto.
La llegada de la II república produjo un cambio radical con respecto a la enseñanza que pasaría a ser una cuestión prioritaria. El magisterio se dignifica y los sueldos comienzan a ser acordes con la responsabilidad de quienes lo ejercen. Méndez vuelve a la escuela pero sigue ambicionando la plaza de secretario, la mejor pagada de todo el Valle. En 1934, tras varios cambios en la titularidad, llega a Echo un secretario lerrouxista llamado Enrique Arnabat, quien se fue granjeando un cierto odio por un dirigente local de la CNT.
En febrero de 1936, nuestro poeta, solicita la incorporación al Cuerpo de Secretarios, petición denegada por carecer de titulación para el cargo. En julio, al estallar la Guerra, se abre un mundo de oportunidades como escribió su íntimo Juan Lacasa Lacasa: “la guerra es una gran coyuntura para acercarse a Dios y hacer carrera vertiginosa”. Bastaba con cargarse al otro.
Más de 150 izquierdistas abandonaron Echo, algunos como el mencionado cenetista cambiaron la chaqueta y fueron nombrados autoridades en cuanto llegaron las tropas sublevadas. Necesitando ser reconocidos por los ricos del pueblo las nuevas autoridades no dudaron en denunciar a cuantos les estorbaban y en ese paquete metieron al secretario Arnabat que ingresa al mes siguiente- agosto- en las cárceles de Jaca. El hueco dejado fue apetecido por Manuel Abad Sanz, oficial de primera del Ayuntamiento jaqués quien alegó ser: “católico práctico, de la Adoración Nocturna, Conferencia de San Vicente de Paúl, de la Juventud Católica, Caballero del Pilar… y de extrema derecha”.
Arguyendo demasiadas exigencias por parte de Abad, la corporación chesa, salida de las armas, nombra interino a Méndez Coarasa. Mientras el secretario preso -Arnabat- sigue en la cárcel a la espera y bajo la protección del comandante Enrique Bayo, antiguo alcalde lerrouxista de Jaca. Pero este harto de tanta sangre decide marchar al Frente. Los fascistas aprovechan para meter al pobre funcionario en una saca con tres menores y cinco republicanos que son fusilados el 25 de septiembre. Ni tres horas trascurren para que Veremundo y demás “autoridades” registren los cajones del finado posesionándose de sus papeles y dinero ¿Conocían de antemano el día y la hora de la ejecución?
Pero cinco días después el secretario de Secorún –pueblo de la Guarguera en zona roja- reclama la plaza al pertenecer al Cuerpo legalmente. Veremundo Méndez Coarasa cede el puesto y se queda de oficial primera hasta su jubilación, con un breve intento en 1938 de volver al cargo. Escribirá bellos poemas como “las flamas de lo fogaril” y tantos otros, borrando su pasado de veleidades políticas y manteniendo fuertes vínculos de amistad con su paisano Domingo Miral y el alcalde de Jaca Juan Lacasa. Todos ellos recordados y homenajeados. Mientras que del pobre Enrique Arnabat Oriol apenas quedó alguna pertenencia reclamada por su viuda un mes después de su muerte, al alcalde cheso: “… atrasos devengados y algunas cuentas que no dudo usted recordará. Le suplico que tanto en el despacho particular como en la mesas que mi difunto esposo escribía, si hay algún objeto que le perteneciera tenga usted la amabilidad de entregármelo, pues tanto yo como mis hijos lo apreciaremos mucho”. Eso y setenta años de olvido.
Esteban C. Gómez y Manuel Benito
Fuente: Diario del AltoAragón
Decía Quintiliano que la ambición es un vicio que puede engendrar la virtud. Algo de esto debió de ocurrir en el magín de Veremundo Méndez Coarasa, el poeta cheso, que escribió magníficos versos en un dialecto singular y musical. Inteligente, supo navegar por las aguas de la política guardando la ropa siempre en la orilla derecha, la más bizarra y por tanto, más segura.
Nació en Echo -1897- donde transcurrió su periplo vital, su poesía refleja algunos sucesos acaecidos en la villa, incluso los de índole republicana, suprimidos en la recopilación de su obra por Tomás Buesa Oliver. Allí se cita el pronunciamiento de 1848, la huida de Nicolás Ferrer el médico de Ayerbe y el auxilio prestado también por los chesos a los sargentos republicanos de Villacampa en 1886. Todo esto para homenajear al ministro lerrouxista Marraco que procedía del valle.
Méndez estudió magisterio en Huesca en unos tiempos en que la Escuela Normal bullía de ideales izquierdistas. Con 18 años obtiene el título de maestro y consigue ejercer en la escuela de su pueblo, era un tiempo en que estos profesionales carecían totalmente de consideración social. Por lo que buscó suplementar su exiguo sueldo en el Ayuntamiento como auxiliar administrativo. En 1920 alcanza el puesto de Primer Oficial, debiendo actuar como Secretario por los cambios políticos y la lejanía del Valle, que provocaban vacantes y vacíos en el puesto.
La llegada de la II república produjo un cambio radical con respecto a la enseñanza que pasaría a ser una cuestión prioritaria. El magisterio se dignifica y los sueldos comienzan a ser acordes con la responsabilidad de quienes lo ejercen. Méndez vuelve a la escuela pero sigue ambicionando la plaza de secretario, la mejor pagada de todo el Valle. En 1934, tras varios cambios en la titularidad, llega a Echo un secretario lerrouxista llamado Enrique Arnabat, quien se fue granjeando un cierto odio por un dirigente local de la CNT.
En febrero de 1936, nuestro poeta, solicita la incorporación al Cuerpo de Secretarios, petición denegada por carecer de titulación para el cargo. En julio, al estallar la Guerra, se abre un mundo de oportunidades como escribió su íntimo Juan Lacasa Lacasa: “la guerra es una gran coyuntura para acercarse a Dios y hacer carrera vertiginosa”. Bastaba con cargarse al otro.
Más de 150 izquierdistas abandonaron Echo, algunos como el mencionado cenetista cambiaron la chaqueta y fueron nombrados autoridades en cuanto llegaron las tropas sublevadas. Necesitando ser reconocidos por los ricos del pueblo las nuevas autoridades no dudaron en denunciar a cuantos les estorbaban y en ese paquete metieron al secretario Arnabat que ingresa al mes siguiente- agosto- en las cárceles de Jaca. El hueco dejado fue apetecido por Manuel Abad Sanz, oficial de primera del Ayuntamiento jaqués quien alegó ser: “católico práctico, de la Adoración Nocturna, Conferencia de San Vicente de Paúl, de la Juventud Católica, Caballero del Pilar… y de extrema derecha”.
Arguyendo demasiadas exigencias por parte de Abad, la corporación chesa, salida de las armas, nombra interino a Méndez Coarasa. Mientras el secretario preso -Arnabat- sigue en la cárcel a la espera y bajo la protección del comandante Enrique Bayo, antiguo alcalde lerrouxista de Jaca. Pero este harto de tanta sangre decide marchar al Frente. Los fascistas aprovechan para meter al pobre funcionario en una saca con tres menores y cinco republicanos que son fusilados el 25 de septiembre. Ni tres horas trascurren para que Veremundo y demás “autoridades” registren los cajones del finado posesionándose de sus papeles y dinero ¿Conocían de antemano el día y la hora de la ejecución?
Pero cinco días después el secretario de Secorún –pueblo de la Guarguera en zona roja- reclama la plaza al pertenecer al Cuerpo legalmente. Veremundo Méndez Coarasa cede el puesto y se queda de oficial primera hasta su jubilación, con un breve intento en 1938 de volver al cargo. Escribirá bellos poemas como “las flamas de lo fogaril” y tantos otros, borrando su pasado de veleidades políticas y manteniendo fuertes vínculos de amistad con su paisano Domingo Miral y el alcalde de Jaca Juan Lacasa. Todos ellos recordados y homenajeados. Mientras que del pobre Enrique Arnabat Oriol apenas quedó alguna pertenencia reclamada por su viuda un mes después de su muerte, al alcalde cheso: “… atrasos devengados y algunas cuentas que no dudo usted recordará. Le suplico que tanto en el despacho particular como en la mesas que mi difunto esposo escribía, si hay algún objeto que le perteneciera tenga usted la amabilidad de entregármelo, pues tanto yo como mis hijos lo apreciaremos mucho”. Eso y setenta años de olvido.
Las fotos tamién i-son pilladas de la revista.
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